Diez minutos antes de la gran batalla, 17 músicos se tienden sobre la arcilla.
Son violonchelistas, violinistas, saxofonistas, hay un músico al teclado, dos baterías y una directora de orquesta, y al son de su música, una miscelánea de piezas de Miley Cyrus o Beyoncé, 28 bailarinas delinean figuras geométricas.
El espectáculo es un gustazo, y me remite a aquella tarde lluviosa de julio, cuando Aya Nakamura y la orquesta de la Guardia Republicana sa se habían aliado para interpretar Djadja.
¿Lo recuerda, lector?
Oh, Djadja
Y a pas moyen, Djadja
Spike Lee y Omar Sy contemplan la escena y luego también contemplan otro concierto, el concierto de Aryna Sabalenka (27), un aullido a cada golpe: la bielorrusa vocifera cuando golpea duro y se lamenta más fuerte cuando la bola se le va larga.
Escuela ejemplar
Gauff es el rostro perfecto para un sistema sensacional: Estados Unidos tiene 16 raquetas en el Top 100
Conforme pasan los minutos, Sabalenka se desespera, se lamenta y le grita a su palco, pues no entiende muy bien qué está pasando, cómo debe atacar a esta Coco Gauff (21), la estadounidense silenciosa que es una pared y a todo llega y ni vocea ni se inmuta ni celebra, es un bloque de hielo como lo era Borg, o como lo es Sinner.
–A mí me gustaría sonreír en la pista, comportarme como lo hace Alcaraz, pero es que no me sale –contaba Gauff en estos días en París, en este París que al fin conquista, el primer título de Roland Garros en su segunda final (lo une al US Open del 2023).

Spike Lee, director de cine, felicita a Coco Gauff tras el partido, este sábado en Roland Garros
El rostro de Gauff es realmente un jeroglífico, es inexpresivo y robótico, y el posado desquicia a Sabalenka, la reina contemporánea de la WTA (acumula tres títulos del Grand Slam, dos en el Open de Australia y un US Open), cuyo tenis es una montaña rusa.
–Parecía un chiste de mí misma, quejándome todo el tiempo. Por momentos he jugado un tenis terrible. Es mi peor partido en muchos meses y me duele que haya sido en una final del Grand Slam. He estado emocionalmente muy mal. Me iré a Mykonos y beberé tequila y comeré ositos de goma para olvidar esto –dice.
A Sabalenka le molesta todo.
El viento que le revuelve la falda cuando va a servir. La voz de un niño en la grada. Incluso el dron que sobrevuela el recinto y nos regala imágenes maravillosas.
Sabalenka sufre Dios y ayuda ante la académica Gauff (segunda raqueta del mundo), sufre Dios y ayuda para llevarse el primer set, pero a partir de ahí, Gauff le encuentra las grietas.
Parecía un chiste de mí misma, quejándome todo el tiempo. Por momentos he jugado un tenis terrible. Es mi peor partido en muchos meses y me duele que haya sido en una final del Grand Slam”
–Allez, Coco! –vocean los parisinos, que tienen una favorita y es la estadounidense.
ses y estadounidenses coinciden en esto. Coco Gauff es el rostro perfecto para un sistema sensacional, más poderoso y variado a cada día que pasa, pues Estados Unidos ya tiene a cuatro mujeres en el Top 10 de la WTA y a 16 en el Top 100, un festival de nombres y rostros que resulta irreproducible en esta crónica y desbordante para la memoria.
Gauff envuelve a Sabalenka.
Como una mantis religiosa, se estira sobre la tierra, largas sus extremidades, y a cada zambombazo de la bielorrusa responde con un guante de seda.
Pega y pega Sabalenka, y responde y responde Gauff, y no le regala un punto gratis a esta bielorrusa cuyo porcentaje de errores no forzados es un disparate (32 en el primer set, 19 en el segundo, 19 en el tercero; por los treinta totales de Gauff), una losa y un suicidio: llora desconsolada en su turno de palabras, no sabe dónde meterse, tan solo quiere desaparecer de escena.